martes, 17 de diciembre de 2013

OBRERO


No tardarán mucho en darnos la cifra: diez mil millones de habitantes. En el Mundo parece que no cabe nadie más. Nuestra población mundial ya no puede sobrevivir, de forma individual o en pequeños grupos familiares, de aquello que antaño le ofrecía casi gratis la Naturaleza. Y más ahora que sabemos que necesitamos compartirla con el resto de seres vivos que habitan nuestro único planeta. Para ello, los humanos nos hemos organizado en sociedades que generan y administran los bienes que nos permiten sobrevivir.  Hemos pasado de ser hombres a ser ciudadanos,  seres que viven lo más alejados posibles del mundo natural en donde fueron concebidos.


Tras más de 5000 años de cultura cívica, resulta que los bienes necesarios para la subsistencia de tan abrumadora cantidad de individuos civilizados, ciudanizados, culturizados, homogeneizados y globalizados, esos bienes, como el alimento, la vivienda, los remedios contra la enfermedades, etc… están en manos de una pequeña minoría. Y parece que este sistema que hace que unos pocos tengan mucho y los muchos no tengan casi nada es el único que funciona. El Capitalismo ha vencido irremediablemente a cualquier otra organización social aparentemente más equitativa.

En Europa, donde se produjeron las sucesivas “revoluciones industriales” que permitieron a supervivencia de los cada vez más ciudanizados (repito este término inventado) y que ha exportado su cultura capitalista al resto del mundo para que pueda sobrevivir, en esa Europa y en el resto del mundo desarrollado, los que sólo tienen su capacidad de trabajo se llaman obreros.

Algunos entienden que esta denominación está obsoleta, que es una reminiscencia de un pasado superado, pero la realidad es que aún, y por siempre, en el mundo capitalista habrá quienes no tengan más posesión que su trabajo.

Estamos organizados en una especie de pirámide achatadísima, donde los obreros forman la base. El truco consiste en convencernos que esa pirámide se puede escalar. Y en el titánico esfuerzo por apartarse de la base de la pirámide, los que nada tienen, han creado escalones artificiales y , en vez de obreros, diferencian a los trabajadores por su especialización, por su empleo, por su categoría laboral, o por sus efímeras posesiones. Pero lo cierto es que, desaparecida su actividad, faltos de trabajo, caen otra vez sin remedio a la masa de desposeídos, de ofertantes de mano de obra, de obreros.

No he conocido yo las ideas de Marx, Engels, Lenin o Frantz Fanon sino por referencias de terceros. Estudié en un colegio de curas y, tras un efímero paso por el instituto, desemboqué en la Universidad donde estudié Filosofía y lenguas muertas. Lo de obrero, su realidad, sus sentimientos, se me colaron en el alma leyendo a Maxence Van Der Meersch, sus obras completas y sobretodo “Cuando enmudecen las Sirenas”. Aquellas sirenas que marcaban con su estridente gemido el principio y el final de la jornada en las fábricas de mediados del S.XX.

Así descubrí lo que es el hambre, la desolación de salarios miserables, la falta de piedad de los patronos, la explotación, la vida sin esperanza,… y la solidaridad. Supe lo que supone una huelga, no estas manifestaciones festivas y altaneras de un día. Una huelga de los que no tienen nada más para vivir que su trabajo. Dura, interminable, aterradora. La de aquellos que a pesar de tener la muerte pisándoles los talones, se detienen. Sufrimiento y fuerza. Ver a los tuyos a punto de morir de hambre y aguantar. Solidaridad. Compartir el mendrugo de pan. Y sindicatos duros, implacables. No se trabaja. A veces ganan, a veces mueren.

Aquellos obreros guardaban para sí sus ilusiones, su alegría, su esperanza. Orgullo, dignidad y esfuerzo. Jamás vender a un compañero. Jamás prosperar sobre la miseria de otro. Vivían de su trabajo, hasta el fin de sus días.

Cualquier intento de voltear la pirámide  ha fracasado. Un pequeño terremoto, y los de siempre caen abajo, y el sistema prevalece.

No. No se trata de dar la vuelta a la tortilla. Casi un siglo no ha pasado en vano. Necesitamos volver a sentirnos obreros. Tener el orgullo y la dignidad de ganarnos el pan con nuestro esfuerzo. No dejarnos engañar con el “sueño americano”. La trampa para tontos. 
Ser solidarios, no escapistas. Sabernos pobres, sabernos muchos. No dejarnos engañar con revoluciones imposibles. Trabajar juntos, hacer justa nuestra sociedad, ser solidarios con los que nada tienen, tener conciencia de nuestra fuerza pacífica.

La pirámide capitalista que siga como está, pero ahora, con nuestra Democracia, que la base esté al mando. El obrero al mando. Que no nos quiten nuestra dignidad, ni nuestra fuerza, ni nuestra Democracia.

Obreros, sí, pero al mando. Sin desertores, todos.

J. Carlos Morenilla

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