En esta ocasión me permito la licencia de arreglar a mi antojo un interesante cuento que está incluido en el más famoso libro de cuentos de todos los tiempos “Las mil y una noches”. Mi atrevida licencia literaria le da un sentido que nunca tuvo el original.
Espero, como siempre, que os guste
"De cómo se originó el minifundio valenciano".
Cuentan que cuando Xativa era un reino moro el Sultán que allí vivía tenía tres hijos a los que amaba por igual. Entrado ya en años, sus visires le urgían para que eligiera entre sus tres hijos cuál había de ser el heredero del reino y de todos sus tesoros. No era costumbre, como en los reinos cristianos, que fuese el mayor el heredero, sino que esa decisión se dejaba a la voluntad del Sultán. Entristecía a éste tener que elegir entre sus hijos y reunió a sus consejeros para que lo ayudaran. No pudieron estos decidir cuál de ellos sería el mejor Sultán pues los tres reunían incontables méritos y cordura. Así que para evitar que se despertaran disputas entre los partidarios de uno u otro, idearon el método de apartarlos lo más lejos posible para así poder influir en el anciano Sultán a su voluntad y, tal vez, heredarle si ninguno de ellos volvía. Aconsejaron, pues, a su padre que los enviara a recorrer el mundo y el que volviese con la posesión más preciada, ése sería el heredero. Muy a su pesar permitió el Sultán que sus hijos partiesen.
Muy lejos ya del palacio, encontraron una encrucijada de caminos en la que decidieron separarse. Se comprometieron, sin embargo, que transcurrido un año se encontrarían en el mismo sitio y, hubieran encontrado algo valioso o no, decidirían entre ellos cuál de sus posesiones era la mejor y, por lo tanto, señalaba al heredero.
Marchó el mayor hacia oriente y navegó en peligrosos mares, cruzó desiertos y atravesó ríos hasta que en un bazar de Bagdad encontró a un mercader misterioso que parecía conocer su propósito. He de enseñaros, Príncipe, un objeto valiosísimo que tengo oculto en mi trastienda, con el que sin duda seréis Sultán. Sorprendido el Príncipe, acompañó al viejo mercader a su oscura morada. Éste le entregó una vieja alfombra enrollada y le dijo: cuando lo necesitéis de verdad, desenrolladla y subíos encima que ella os llevará volando a donde debáis ir. Pero daos prisa porque vuestro padre, el Sultán, os necesita. Le creyó el Príncipe porque había adivinado su búsqueda y le pagó una pequeña fortuna. Y más presa de su inquietud por su padre que convencido de la veracidad de su hallazgo, inició el camino de vuelta.
El hermano mediano marchó hacia el sur, y tuvo que escalar montañas donde se moría de frío o arrastrarse por valles desolados y pedregosos donde a penas podía resistir el calor. Cuando ya parecía haber perdido la esperanza de encontrar algo con lo que justificar su esfuerzo, en un poblado de chozas de barro y techo de paja, una hechicera lo llamó. Venid, Príncipe, habéis alcanzado con esfuerzo el objetivo de vuestro viaje. Os entregaré en este jarro una pócima poderosísima con la que podréis curar cualquier mal que aqueje a la persona que elijáis. Pero ahora habéis de volver porque vuestro padre el Sultán os necesita. Tan sorprendido como su hermano mayor, pagó lo que le entregaban e inició con presteza el camino de vuelta.
El hermano pequeño, se dirigió hacia el norte, y deambuló algún tiempo por valles llenos de flores y bosques frondosos, pero no encontró nada que mereciera la pena comprar. Un día al rebasar un recodo del camino observó una casa grande rodeada de extraños artilugios y donde nadie parecía habitar ni guardar tan extraordinarias posesiones. Intrigado decidió entrar y tras recorrer numerosas estancias llenas de cristales de colores y curiosos utensilios, le sorprendió escuchar una voz a sus espaldas que lo llamaba: por fin habéis llegado, Príncipe, creía que no lo haríais nunca. Ya soy viejo y temo morir sin que ninguno de mis inventos sea apreciado por nadie, pues todos me toman por loco. Tomad este catalejo con el que podréis ver a quien queráis por lejos que os encontréis.
Y le entregó una funda de cuero donde se guardaba un tubo de metal relleno de extrañas lentes.
Pero poneos enseguida en camino porque vuestro padre, el Sultán, os necesita.
Pagó el Príncipe el extraño objeto y se puso de inmediato a desandar el camino recorrido.
Había pasado ya casi un año y los visires y consejeros del Sultán empezaron a temer que alguno de sus hijos volviese y decidieron precipitar la muerte de su rey para así cuando alguno volviera ya encontrara en el trono otro Sultán por ellos puesto. Así que para no levantar sospechas comenzaron a envenenar al Sultán poco a poco. Los médicos, confabulados con ellos, tranquilizaban a sus leales siervos quitando importancia a las crecientes dolencias que le atormentaban. Tanto es así, que el Sultán había de permanecer en cama casi permanentemente, preguntando cada día con más insistencia si alguno de sus queridos hijos había vuelto.
Se reunieron estos, por fin en aquel lugar lejano donde se habían separado. Después de saludarse y celebrar con alegría su reencuentro se preguntaron el uno a otro que maravilloso objeto habían encontrado. El pequeño de los hermanos mostró su extraordinario catalejo y contó cómo su inventor le había explicado para lo que servía y cómo le había urgido a que iniciara el regreso porque su padre los necesitaba. Con ánimo de probarlo y con la angustia de saber que necesitaba su padre de ellos, enfocaron el catalejo en la dirección de su casa y observaron aterrados cómo su padre yacía en cama y su madre y demás siervos leales le rodeaban mientras derramaban lágrimas y llanto. ¡Alabado sea Alá! Gritaron, nuestro padre se encuentra en su lecho de muerte y nada podemos nosotros hacer por salvarlo.
Eso no es así, prorrumpió el mediano, si pudiéramos llegar a tiempo este ungüento mágico le curaría cualquier mal, dijo.
Entonces el hermano mayor desenrolló la alfombra sobre el suelo y les dijo; subid hermanos que si es cierto lo que el mercader me dijo en breves instantes estaremos junto a nuestro padre.
Y voló la alfombra velozmente dejando boquiabiertos a cuantos estaban en la estancia del moribundo al verlos entrar por la ventana en aquella alfombra mágica.
Rápidamente el hermano mediano hizo ingerir a su padre la poción de la hechicera, en contra de la oposición de los malvados médicos.
Al instante, abrió los ojos el Sultán y se alegró tanto de ver a sus hijos que saltó de la cama y los abrazó. Hubo grandes festejos en Xátiva por la curación milagrosa del Sultán y por el regreso de sus tres hijos.
Pero sus visires no se rindieron tan fácilmente sino que recordaron al Sultán la necesidad que aún persistía de nombrar heredero, creyendo que tal decisión socavaría la alegría y unión de la familia.
Estudió el Sultán los logros de cada uno de ellos y llegó a la conclusión de que cada uno había acumulado los mismos méritos que sus hermanos, así que estaba en la misma tesitura que antes de su marcha. Pero no estaba dispuesto a dejarse aconsejar otra vez poniendo en riesgo a sus queridos hijos.
Así decidió que en adelante los padres dividirían sus bienes y tierras entre sus hijos a partes iguales, para evitar tan injusta costumbre de que uno lo heredara todo.
Por eso en Valencia las posesiones de tierras son cada vez más pequeñas, hasta el extremo de que a pesar de lo fecundo de la tierra valenciana, una familia apenas puede sobrevivir con lo que producen tan exiguas parcelas.
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