martes, 26 de marzo de 2013

L I B E R T A D ( y II)


El 24 de Diciembre había nevado sobre París. Paul había recibido una educación esmerada. Arquitecto, con una sensibilidad más próxima al artista que al ingeniero, ese día, mientras tras puertas y ventanas sus conciudadanos celebraban la Navidad, él estaba atormentado. Había llevado hasta sus últimas consecuencias su compromiso con la Verdad. Miembro de un grupo de intelectuales franceses que habían descubierto en la Libertad la esencia y la condena del Hombre, se consideraba a sí mismo una mutación equivocada de la Naturaleza. Ningún ser vivo era consciente de su propia existencia, excepto el Hombre. Ningún ser vivo estaba sometido a la angustia vital de la Libertad, de tener que decidir y saber que sus decisiones tendrían consecuencias irreparables en su vida y en la del resto del Mundo. Ningún ser vivo rompía la armonía natural como el hombre, destinado sin duda a corromper con su libre albedrío el mundo natural. Ya muchos intelectuales como él habían recurrido al suicidio como resultado y reparación de su descubrimiento. Y en eso estaba él ese día, aislado, solo, y aterido de frío por fuera y por dentro.

viernes, 22 de marzo de 2013

L I B E R T A D ( I )


 
“Al Excmo. Sr. D. Gaspar de Jovellanos:

                   Señor. La reputación de que gozáis en Europa, vuestras ideas liberales…debe haceros abandonar un partido que sólo combate por la Inquisición,  por el interés de los Grandes de España,… (y aceptar) la Libertad constitucional, el libre ejercicio de la religión,…etc.”
 

Así se expresaba José I Bonaparte, Rey de España por la fuerza de las tropas de la Revolución Francesa, en carta dirigida a Jovellanos, ilustrado, liberal y reconocido intelectual que debería haber aceptado el evidente progreso social que suponían las ideas revolucionarias. Ideas que empezaron a transformar el Mundo desde aquel día de 1789, en que los franceses se alzaron contra el yugo de la monarquía absoluta. Sorprendentemente, Jovellanos y la mayoría de los españoles, lucharon por restaurar esa monarquía esclavizante al memorable grito de ¡!Vivan las cadenas!!, en la que, para mayor escarnio, hemos dado en llamar Guerra de la Independencia.
 

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