Desde el 28 de Junio del 2006, en que se admitió a
Montenegro como miembro de pleno derecho de la ONU, son 192 los países que
forman parte de ese organismo internacional que es como el registro oficial de
países del Mundo. Hay otros territorios, regiones o países en estado de
construcción que se asoman al foro de Naciones Unidas como observadores. El
último en alcanzar este status ha sido Palestina.
Hace ya algunos milenios que un hombre sólo necesitaba sus
pies para recorrer el mundo de un lado al otro sin sufrir más molestias de sus semejantes que el riesgo de acabar
trinchado en un palo asándose a fuego lento, que no es poco.
Ahora, sin embargo, ha desaparecido aquel primigenio interés
que tenía un pequeño grupo de habitantes del planeta por comerse a los demás,
pero ha aparecido, por el contrario, un laberinto inextricable de fronteras,
aduanas, puestos de control, vallas, muros, lugares prohibidos, tierras de
nadie, zonas minadas, y un largo etcétera que hacen absolutamente imposible que
uno pueda circular por este ancho mundo como lo haría un australopiteco o un
homo sapiens.
¿Cómo ha sucedido esto? Tratar de explicarlo es entrar en
conflicto seguro con los todo poderosos inventores de la “cultura”, palabra
adscrita al poder de los dioses y que se encuentra ubicada por encima del bien
y del mal en todas partes.
Si nos quedamos a ras del suelo y, habitando una pequeña
parte del Mundo, nos proyectamos a su pasado remoto, encontraremos con toda
seguridad, al principio de su cultura, un “sabio” que explicó a sus congéneres
menos sabios las verdades de su entorno conocido, explicación que tenía, por
supuesto, aspiraciones de universal. Y eso lo hizo usando la lengua en que
podían entenderle que se convirtió así en el soporte fundamental de su cultura.
Que aquello era un disparate, no lo suponemos, lo sabemos. Basta elevarse en el
tiempo y en el espacio para saber que no muy lejos de allí, otro “sabio” con
igual perspicacia enseñaba a sus conciudadanos otra cosa, y más allá otra, y al
lado la contraria. Tantas verdades diferentes y universales convivieron y
prosperaron mientras las distancias y las barreras idiomáticas las tuvieron a
salvo de la contaminación de las unas con las otras.
Los “sabios”, al principio admirados por sus conocimientos,
se fueron haciendo importantes y se convirtieron, invariablemente, en los intérpretes
del “más allá”, heredaron el poder de los dioses en la tierra, y con el poder
fueron ya capaces de imponer a sangre, primero, y fuego, después, sus ideas. Así nacieron los profetas,
las religiones, los sumos sacerdotes, los dogmas sagrados y los tabúes
inviolables. Y ellos pusieron y quitaron tiranos, reyes y emperadores cuando no
ocuparon ellos mismos esos cargos.
Y las “culturas” entraron en conflicto, unas con otras, que
resolvieron con violencia, invasiones, pactos, reparto de territorios y al fin,
fronteras. Unas sucumbieron por la fuerza, otras fueron derrotadas en el campo
de las ideas, otras se desvanecen absorbidas por la pujanza de formas de pensar
más eficaces, adecuadas al momento actual o que permiten mayores cotas de
libertad individual. Todas intentan sobrevivir mandando “misioneros” a
territorios infieles, “sorprendiendo” con la “verdad” de sus fundamentos
filosóficos y humanísticos, dando “testimonio” de su mejor comportamiento o
enrocándose en el fanatismo de mi fe y no sé más.
Algunos me dirán que confundo cultura con religión, pero es
que toda cultura está basada en una revelación divina que organiza leyes,
convivencia y religión. ¿Quiere decir esto que, con la globalización, tarde o
temprano habrá una sola “cultura” en el Mundo? Si nos atenemos a los
antecedentes históricos la respuesta debería ser SÍ. ¿Desaparecerán las
fronteras, hablaremos la misma lengua, tendremos las mismas leyes, alcanzaremos
los mismos derechos? De nuevo, SÍ. ¿Por qué no es así?
La explicación está en los “sabios”. Aquella especie de
privilegiados mandamases vitalicios entró ya hace tiempo en fase de extinción y
en su corte sonaron todas las alarmas. La “democracia”, el “descreimiento”, la
ciencia y el espectáculo de una “cultura” común más confortable, estaba a punto
de acabar con ellos. Entonces inventaron el “nacionalismo” y su apagada
estrella volvió a brillar con fuerza. Sistemas fonéticos impronunciables,
costumbres crueles e inhumanas y creencias próximas al disparate que resultan
obsoletas y esclavizantes, ahora se defienden bajo el paraguas todopoderoso de
la “cultura propia”. Y cualquier atisbo de contaminación se combate con todo el
aparato de un poder político que se basa en tan deleznables hechos
diferenciales.
Mientras los ciudadanos no derribemos la barreras
“culturales sagradas”, el Mundo seguirá siendo un tablero de ajedrez lleno de
castillos de naipes sostenidos por la esclavitud de sus habitantes, a los que
el viento de la Historia derribará con un nuevo baño de sangre y dolor
innecesarios.
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