lunes, 8 de julio de 2013

La guerra de las niñas

Espinelvas es un pueblecito de Gerona perdido entre los bosques de las estribaciones septentrionales de los Pirineos. Un lugar tranquilo, anclado en un modo de vivir intemporal, y donde la guerra civil que asola España, aún se percibe como un conflicto ajeno.  Doña Adelaida y su hermana Doña María son maestras nacionales con plaza en Barcelona. Ellas sí que viven intensamente la tensión cada vez más amenazante que genera la guerra. Una simpatiza con un bando, la otra con el otro. Sólo ellas saben cuál. Hay niños en casa, tres, el varón ya tiene quince años. Doña Adelaida, que es la madre, el cabeza de familia y la que toma las decisiones por todos, ha pedido el traslado a Espinelvas. No quieren que movilicen a su hijo en ninguna milicia. Ahora junto a Don Hilari, que también es de fuera, aunque ya lleva veinte años en el pueblo, son quienes se hacen cargo de la escuela.



María, es la hermana menor de la familia, ha salido a su padre. Rubia, con los ojos azules, ha sido siempre una niña guapa. A salvo de las preocupaciones de los demás, mantiene su alegría infantil. Su hermana Lolita, tres años mayor, de los nueve a los doce es un universo de distancia a esas edades, antes era su mejor amiga pero ahora siempre anda ocupada cosiendo pantalones para la gente del pueblo y cuidando los conejos. Porque Lolita ya no va a clase, trabaja porque así lo ha decidido su madre. Es su tía la que procura  que su educación no se resienta.

María va y viene a la escuela de su madre a su antojo. Si no muestra interés o aplicación, nadie la reprende, y si participa en alguna travesura nunca es castigada. Es una niña un poco mimada, que construye sus caprichos como castillos en el aire, porque la escasez también atenaza a su familia que recibe sus pagas tarde y menguadas.

Un poco presumida, es capaz de enzarzarse enseguida en peleas de niños. Vivaracha y atrevida, tiene a sus hermanos para sacarla de sus apuros y si no, siempre está su madre. Pero a pesar de su carácter extrovertido y alegre está sola. Su padre, que es el único que no está ocupado, es demasiado mayor y demasiado serio. Su hermana, la que era su mejor amiga, pocas veces puede jugar con ella. Un día su padre, en una escapada a Barcelona, le trae una muñeca de trapo, y las dos se hacen inseparables. Ella y su muñeca. Todo lo que pasa se lo cuentan la una  a la otra. María a su muñeca y su muñeca a ella. Conversaciones intensas, llenas de reflexiones que sólo las niñas son capaces de hacer. Nadie en la escuela puede tocar su muñeca, aunque todas la envidian. Sus rizos rubios parecen hacerse más intensos y cada vez ella es un poco más presumida.

Nerea, es nueva en la escuela. Sus padres son vascos. Vienen no se sabe de dónde. Dicen que están de paso. Una habitación con derecho a cocina. Su último hogar antes de la carreta de los refugiados que huyen. Nerea no tiene hermanos. Nerea no tiene amigos. Nerea no sabe hablar catalán. A Nerea también le gusta la muñeca de María, pero no dice nada porque es muy educada. Doña Adelaida la acepta en clase sin ningún requisito porque ella sabe lo que pasa. Las dos niñas de la misma edad se hacen amigas de inmediato, como dos gotas de agua que se atraen hasta formar una. María habla un castellano un poco finolis, con muchas eses silbantes que por algo su madre es maestra. Poco a poco son tres amigas María, Nerea y la muñeca. Sus conversaciones se hacen más interesantes, casi interminables, ¿de qué hablarán tanto las niñas? Y la muñeca sólo interviene si le pregunta María. Una vez María dejó que Nerea sostuviera la muñeca: “dile algo, también es tu amiga”, pero Nerea después de pensarlo por unos instantes se la devolvió a María: “no, me basta con ser su amiga”. Ellas viven en un universo al margen de conflictos y amenazas. Pero estos terminan alcanzándolas también.

Un día, no sabemos cuantas conversaciones, risas, alegrías, carreras, escondites y secretos después de conocerse, Doña Adelaida se dirige a todos y les pide que se despidan de Nerea, porque mañana ha de marcharse. Cataluña no resistirá y sus padres no pueden ser detenidos por los soldados del otro bando. Es un resumen apenas comprendido por los niños que sólo lo perciben como algo preocupante por el tono con que sus mayores hablan cuando creen que ellos no los oyen. Sólo María comprende por primera vez que algo terrible va a ocurrir en su vida sin que ella pueda hacer nada por evitarlo. Mañana será el último día que vea a Nerea. ¿Cómo pueden separase de nuevo dos gotas de agua que se habían convertido en una? Algo de la otra quedará siempre en cada parte.

Al día siguiente María espera donde siempre a Nerea, pero no viene. Abrazando muy fuerte a su muñeca corre a buscarla.  En la puerta donde viven hay un carro ya cargado de muchas cosas.  Tiran de él dos pequeños burros. Animales de más porte serían confiscados para el esfuerzo bélico, “movilizados” les dirían. Las amigas se abrazan, pero no lloran. No dicen nada, sólo se miran cogidas de la mano. Por fin el padre de Nerea, la coge en brazos y la sienta en la parte de atrás del carro junto a su madre.  Después él se sube a la parte de delante y arrea a los burros. Cien kilómetros hasta la frontera… tal vez si no hay muchos otros refugiados en la carretera, lo puedan hacer en dos días.

La carreta se pone en marcha y se dicen adiós con la mano. A Nerea las lágrimas están a punto de saltar, pero se contiene. No hay nadie en la calle. Nadie  les despide, sólo María. Entonces se pone a correr detrás del carro. Aunque va despacio apenas lo alcanza. Extiende sus brazos y le entrega la muñeca a Nerea. Ésta la coge al principio sorprendida y enseguida la estrecha contra su pecho y llora.

María se queda quieta en mitad de la calle mirando cómo se alejan. Todo lo que más ama va en aquel carro. ¿Por qué lo ha hecho? Ni siquiera se lo pregunta. Está muy triste y muy contenta. Ahora Nerea no estará tan sola.

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