martes, 9 de julio de 2013

Pasos de poeta

Hoy que mi ánimo se inclina a la melancolía, me sumerjo en las hojas amarillentas, casi cobrizas de un viejo libro. Un libro que se recorre lentamente, con el paso atento, precavido, observador de un poeta que marcaba su paseo con los latidos de su corazón.
Es un libro que no fue pero quiso ser. Hoy lo leo como homenaje a todos mis “desideratum” de lo cotidiano y lo ilusorio. Y mi espíritu sale de mí y recorre los sentimientos de su autor. Percibo el concierto  armónico entre el mundo natural e imaginario. Sólo hay que escuchar con el alma lo que apenas perciben los sentidos.

Algunas de estas páginas fueron publicadas en revista Índice del diario El Sol de Madrid y la Revista de Occidente  hace casi cien años pero su mensaje es fresco como la brisa que parece mecerlo eternamente. Siempre he pensado que la prosa puede contener la poesía con la misma fuerza que el verso, por eso recorro estas líneas que nacieron de la pluma del mejor poeta que, según mi corazón, ha dado la lengua castellana y española: Juan Ramón Jiménez.

Apenas cinco años después de su muerte, Francisco Garfias, encontró entre sus páginas inéditas la intención de construir con estas y otras sueltas un libro, o varios, y nos regaló este, La Colina De Los Chopos, editado por Taurus en 1965. Yo lo leí por primera vez en 1966 y aún recuerdo las emociones que despertó en mí.

A vosotros, mis amigos lectores, siempre os pido indulgencia si encontráis alguna falta. No me corrijáis hoy, sin embargo, echémosle la culpa a la controvertida y singular ortografía del genio.

Por último, sólo alguno de los lugares que recorrió el poeta sobreviven aún, por lo que de ellos sólo quedan estas referencias, como un collage de naturaleza muerta, aunque en este caso está viva y palpitante.








LA SOLEDAD DEL POETA

        Sobre el amarillo excesivo húmedo y temprano de las finas acacias, sobre el rizado oro cobrizo de los olmos, sobre los plátanos de grandes hojas esponjadas, medio verdes, medio amarillas, aquí y allá el chopo solitario se ve con su cima de oro blanco, sobre el azul fluido del cielo como la torre de una catedral vegetal.
Quieto, quieto, quieto su tesoro se sostiene, firme aún, en su trono blanco, como si el oro fuera aún salud. Salud todavía… un momento en ese instante en que el oro del otoño se lleva a gusto, en que es bello decaer, el pasar tras la primavera y el estío totales.
Pasa una nubecilla y se desvae. Quieto, quieto, quieto como la torre de una catedral vegetal verde, oro y rojo donde cantan las campanas del alma audibles para el cuerpo jeneral. Cantan, sueñan que cantan al azul, que es ahora la verdad, la ilusión, clara, pura, escelsa, definitiva.



HOJITAS NUEVAS EN EL RETIRO                   (A José Bergamín)


¡Las altas ramitas brotadas, contra las nubecillas blancas!

Juegos de sombra azul y sol. Las hojitas verdes, como manitas abiertas, piden, piden-¡Anda, anda!-al cielo. El cielo les da y les quita-¡qué rabia, que risas, qué llantitos!-regalillos de luz

¡Qué alegres se ven pasar los tranvías amarillos entre las hojitas verdes!
Parecen flores.

¡Arbustillos brotados en la negra tierra seca, transparentes al sol de las cuatro!
A esa blanca y negra viuda sola se le llenan los ojazos azules de hojas de oro.
¡Primeras hojitas, reflejadas infinitamente en el agua grata!
Todos los verdes, todos los oros, todas las luces.

Ya, al mirlo, aquí y allá, le tapa una hojita de lo negro.

¡Iris del sol en la hojitas nuevas!

El viento grande y las hojitas pequeñas.

¡Anda, arbustillo verde; dale tu mano al pobre ciprés!
¡Hojitas, ojitos, promesa de mañana en la tarde ya larga-¡qué gusto para trabajar!- que cae!

¡Adiós hojitas- y se mueven, locas en el viento-; hasta mañana!



ACADEMIA

Es un asunto en el cual yo no tengo voz ni voto. Yo no soy un “literato”, soy sólo un poeta. Lo que en el mundo me interesa es el amor, la naturaleza libre y yo mismo, que me estoy haciendo a mi gusto. Si intereso o no a los otros, me trae sin cuidado. ¡Me divierto yo tanto haciendo mis libros! La Academia está tan lejos para mí como, por ejemplo, el palacio real y dentro de ella sentiría la extrañeza que sentiría un arroyo en un despacho del ministerio de Agricultura.

Creo que valdría la pena, por otro lado, acometer campañas más necesarias, por ejemplo, el de la arquitectura moderna en España y especialmente en Madrid, el de la dignificación de los cementerios y, urjente, el del fraude editorial.

En todo caso creo que lo mejor es que cada uno, en su caso, haga lo que debe. España-cuánto charlatán hay que habla de “hacerla”-no se hace como un tabique, con ladrillos. Trabaje cada uno en lo suyo, con toda su fe y sus esperanzas “necesarias” y verán todos como se hace por su cuenta, a pesar de la charlatanería, la política o la Academia.

LA PRIMERA MARIPOSA


Después de la nieve que descorrió ayer su telón para abajo, como en la Comedia Francesa, entra la primavera en escena. Al fondo, Guadarrama azul y blanco.
El día es abrigado como para enamorarse, deslumbrador como un oro recién limpio. Las manos sienten como un grato pasar de agua fría. Todo va a abrirse, a derramarse, a multiplicarse, en una alegría sin fin. Y…
- ¡Ahí va!, ¡Ahí va!
Es la primera mariposa. No es blanca, ni azul, ni amarilla. Es orinegra, negra casi. Más que la primavera que llega parece el invierno que huye. Sí, no sé qué duelo queda en la estela de sus alas con sol.
Y vuela entre los árboles aún secos, y se posa un punto en una negra espina encendida. Se deja un momento de mirar, y ya no está…
Chiquita como era, pudo compararse, un momento, a todo el día. Como tú amor, Zenobia, mujer, su amor llenó un instante el mundo.
¡Ay! ¿Dónde está? ¡Ay! ¿Dónde está? ¡Ay! ¿Dónde está?






Y así 178 páginas….. La Colina de los Chopos, páginas de Juan Ramón Jiménez.


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