(No todos los hechos que se narran son pura ficción)
Sucedió en Valencia. Pablo y Ana
son padres de tres niños. Sandra la mayor ya tiene 5 años. Es una niña alegre y
algo revoltosa. Este año ha empezado a acudir a clase. Todavía no estudia nada
importante, pero ya sabe comportarse cuando sus padres no están presentes.
Pablito con sus tres años y medio, que a esa edad los medios años cuentan, es
un niño despierto que siempre está pendiente de lo que hace su hermana. Un poco
celoso de los mimos, lo está pasando mal porque ahora, además, tiene la
competencia del pequeñín, en el cariño de sus padres.
Papá hoy ha terminado su trabajo
un poco antes. En realidad, después de una tediosa comida de trabajo ha
decidido no volver al despacho. De algo ha de valer ser el arquitecto estrella
de su empresa. Hoy tiene necesidad de estar junto a su creciente y feliz
familia. Mientras Ana arregla al bebé en su cochecito, Pablo viste a su hijo y
le va haciendo comprender que pronto él también tendrá que acudir y quedarse
solo en el cole, como Sandra, a la que ahora van a ir a recoger.
A la salida del colegio, Sandra
está encantada. Hoy han venido todos a buscarla. La profesora se acerca a ellos
y les cuenta lo bien que se ha portado en clase, y eso aún la hace más feliz.
Pablito asiste al ritual un poco serio.
De vuelta a casa pasan, como cada día, por la puerta de la
tienda de las gominolas y los juguetes.
Hoy Sandra encuentra más motivos para pedir a sus padres que le compren
esa muñeca con trencitas que tanto
le gusta. Ellos se miran y deciden que se lo ha merecido. La niña es feliz. Mientras sus padres pagan, Pablito se apropia de otra muñeca exactamente igual que la de su hermana. "No Pablito, las muñecas no son para ti. Si quieres te compro gominolas", le dice conciliador su padre. Pero Pablito no quiere. No quiere y no suelta la muñeca. Se la arrancan de las manos.
Ahora el bebé está en
brazos de su madre que trata de calmar su desconsolado llanto. El padre empuja
el cochecito y de la mano Pablito. Sandra, feliz, va dando esos saltitos que dan los niños junto a su padres.
El semáforo se pone verde y ellos empiezan a cruzar. La
calle es muy ancha, con varios carriles en cada sentido. Sandra se adelanta con
sus saltitos. Casi ha llegado a mitad de la calle. En la otra dirección, el
coche circula a gran velocidad. Los padres, más que verlo, lo oyen, lo intuyen,
lo sienten. ¡Sandra! ¡Sandra!, ¡para!. Pero Sandra no los oye y sigue cruzando la
calle jugando con su muñeca. Cuando llega a la mediana, su padre que ya ha
dejado el cochecito, corre tras ella sin esperanza, pero entonces la muñeca se
le cae, y ella se detiene a recogerla... el coche cruza a gran velocidad sin
atender al semáforo. Cuando Sandra se incorpora de recoger su muñeca, su padre
está a su lado lívido.
Desandan el camino, y de nuevo en
la tienda de juguetes, ante el estupor del dependiente, le compran su muñeca a
Pablito.