
La Libertad era su condición y su condena.
Su errante peregrinaje le llevó a las puertas de la catedral de Notre Dame. Como arquitecto
quería contemplar, quién sabe si por última vez, su impresionante portada. La
catedral estaba iluminada. Dentro se celebraban los oficios de Nochebuena… y
entró.
Cuando traspasó el umbral, otra realidad inesperada
le golpeó como un mazo. A la majestuosidad del entorno, la iluminación, el
calor de la muchedumbre congregada, se unió el inicio del canto gregoriano del
ofertorio de la Anunciación. Un coro de monjes benedictinos, con alguno de los
cuales había debatido sus ideas, entonó el canto gregoriano: " Ave Maria Gratia plena Dominus tecum..."
Cayó de rodillas y se puso a llorar.
Para los católicos la Fe es una Gracia divina que en
ese momento le fue concedida a Paul.
Para sus compañeros existencialistas, fue una rendición
intelectual ante la dureza de sus convicciones.
Pero es conveniente que sepamos que el autor de la
poética, brutal, religiosa y romántica obra
de teatro “La Anunciación a María”, Paul Claudel, fue un controvertido y
audaz activista del existencialismo francés.
La Libertad y la Conciencia son condiciones humanas
irrenunciables, pero libremente pueden someterse temporal o definitivamente a ideas y
voluntades ajenas. Religiones, ideologías, partidos políticos, y otro sinfín de
agrupaciones de lo más diverso, proponen ideas y decisiones que sus miembros
adoptan con mayor o menor conciencia de su sometimiento. Aún así en el fondo de
sus mentes los hombres más sometidos reciben la señal de alarma de su
condición. Para acallarla sus líderes entonan y hacen repetir mantras que
machacan CASI toda rebeldía, pero no toda. Nunca toda. En el cristianismo, la
adhesión a la fe es algo voluntario y responsable. El mismo Cristo advierte de
esta responsabilidad en la parábola de los talentos.
En consecuencia, no tenemos derecho a dejar de ser
libres. No podemos delegar nuestra responsabilidad en nuestros sacerdotes,
padres, maestros… y mucho menos en nuestros líderes políticos.
Por maravillosa que fuera su obra, Paul Claudel,
nunca abandonó el debate de sus ideas.
Cada día, cada minuto de nuestras vidas debemos preguntarnos
y saber el porqué de nuestros actos. Y como miembros de una sociedad, tenemos
la obligación de vigilar y conocer los motivos de los acontecimientos sociales
que conducen a nuestros conciudadanos y a nosotros mismos a situaciones
indeseables o contrarias a nuestra libertad.
En Democracia, los comportamientos de los individuos
y sus comunidades están ordenados por las Leyes, y las Leyes son redactadas,
promulgadas e impuestas por nuestros representantes. Así pues, somos todos
responsables de nuestras leyes, son una prolongación natural y colectiva de
nuestra Libertad.
No debemos desentendernos de los males que aquejan a
nuestros conciudadanos. No disminuye nuestra responsabilidad cuando permitimos
situaciones sociales injustas. No basta con no entender, con no saber qué
hacer, con delegar negligentemente en políticos corruptos nuestra
responsabilidad. La movilización social es una obligación de la que
responderemos ante nuestra conciencia. La Libertad y sus obligaciones son
nuestra naturaleza.
¿Cómo es posible, pues, que vivamos sometidos a
leyes tan injustas como la Ley Hipotecaria, responsable de cientos de miles de
desahucios y no pocos suicidios? ¿Cómo hemos podido someternos a una
Constitución que proclama un estado tan desigual como el que se deriva del Art.
56 apartado 3. ya citado?
¿Cómo es posible que cada Viernes el Consejo de
Ministros apruebe Decretos, órdenes, reglamentos, en un número inmenso,
incomprensible y esclavizante para el ciudadano, sin más debate que su
voluntad?
La respuesta es fácil. Alguien nos está engañando.
Alguien nos está mintiendo. Alguien nos está robando nuestra voluntad. Este
sistema “constitucional” de sociedad en la que vivimos NO es el resultado de
nuestra voluntad colectiva. Nos han robado nuestro libre albedrío.
Los ciudadanos de la España de 1976, y sobre todo
los ciudadanos de la España de 2013, no nos merecemos estar sometidos a estas
Leyes, a esta Constitución que consagra la desigualdad y la supremacía de la
clase política y financiera.
Nosotros no hemos caído de rodillas ni hemos
renunciado a nuestra Libertad. Nosotros ya estábamos hartos de la dictadura en
1976 y habíamos decidido conquistar la independencia política a cualquier
coste. Responsablemente, decidimos alcanzarla en una Transición Política
tranquila, pero a la vista de unos resultados tan decepcionantes debemos
preguntarnos; ¿es posible un país libre con un Rey inviolable? ¿es posible
Libertad sin Revolución?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario