martes, 26 de marzo de 2013

L I B E R T A D ( y II)


El 24 de Diciembre había nevado sobre París. Paul había recibido una educación esmerada. Arquitecto, con una sensibilidad más próxima al artista que al ingeniero, ese día, mientras tras puertas y ventanas sus conciudadanos celebraban la Navidad, él estaba atormentado. Había llevado hasta sus últimas consecuencias su compromiso con la Verdad. Miembro de un grupo de intelectuales franceses que habían descubierto en la Libertad la esencia y la condena del Hombre, se consideraba a sí mismo una mutación equivocada de la Naturaleza. Ningún ser vivo era consciente de su propia existencia, excepto el Hombre. Ningún ser vivo estaba sometido a la angustia vital de la Libertad, de tener que decidir y saber que sus decisiones tendrían consecuencias irreparables en su vida y en la del resto del Mundo. Ningún ser vivo rompía la armonía natural como el hombre, destinado sin duda a corromper con su libre albedrío el mundo natural. Ya muchos intelectuales como él habían recurrido al suicidio como resultado y reparación de su descubrimiento. Y en eso estaba él ese día, aislado, solo, y aterido de frío por fuera y por dentro.




La Libertad era su condición y su condena.

Su errante peregrinaje le llevó a las puertas  de la catedral de Notre Dame. Como arquitecto quería contemplar, quién sabe si por última vez, su impresionante portada. La catedral estaba iluminada. Dentro se celebraban los oficios de Nochebuena… y entró.
Cuando traspasó el umbral, otra realidad inesperada le golpeó como un mazo. A la majestuosidad del entorno, la iluminación, el calor de la muchedumbre congregada, se unió el inicio del canto gregoriano del ofertorio de la Anunciación. Un coro de monjes benedictinos, con alguno de los cuales había debatido sus ideas, entonó el canto gregoriano: " Ave Maria Gratia plena Dominus tecum..."

Cayó de rodillas y se puso a llorar.

Para los católicos la Fe es una Gracia divina que en ese momento le fue concedida a Paul.
Para sus compañeros existencialistas, fue una rendición intelectual ante la dureza de sus convicciones.

Pero es conveniente que sepamos que el autor de la poética, brutal, religiosa y romántica obra  de teatro “La Anunciación a María”, Paul Claudel, fue un controvertido y audaz activista del existencialismo francés.

La Libertad y la Conciencia son condiciones humanas irrenunciables, pero libremente pueden someterse temporal o definitivamente a ideas y voluntades ajenas. Religiones, ideologías, partidos políticos, y otro sinfín de agrupaciones de lo más diverso, proponen ideas y decisiones que sus miembros adoptan con mayor o menor conciencia de su sometimiento. Aún así en el fondo de sus mentes los hombres más sometidos reciben la señal de alarma de su condición. Para acallarla sus líderes entonan y hacen repetir mantras que machacan CASI toda rebeldía, pero no toda. Nunca toda. En el cristianismo, la adhesión a la fe es algo voluntario y responsable. El mismo Cristo advierte de esta responsabilidad en la parábola de los talentos.

En consecuencia, no tenemos derecho a dejar de ser libres. No podemos delegar nuestra responsabilidad en nuestros sacerdotes, padres, maestros… y mucho menos en nuestros líderes políticos.
Por maravillosa que fuera su obra, Paul Claudel, nunca abandonó el debate de sus ideas.

Cada día, cada minuto de nuestras vidas debemos preguntarnos y saber el porqué de nuestros actos. Y como miembros de una sociedad, tenemos la obligación de vigilar y conocer los motivos de los acontecimientos sociales que conducen a nuestros conciudadanos y a nosotros mismos a situaciones indeseables o contrarias a nuestra libertad.

En Democracia, los comportamientos de los individuos y sus comunidades están ordenados por las Leyes, y las Leyes son redactadas, promulgadas e impuestas por nuestros representantes. Así pues, somos todos responsables de nuestras leyes, son una prolongación natural y colectiva de nuestra Libertad.

No debemos desentendernos de los males que aquejan a nuestros conciudadanos. No disminuye nuestra responsabilidad cuando permitimos situaciones sociales injustas. No basta con no entender, con no saber qué hacer, con delegar negligentemente en políticos corruptos nuestra responsabilidad. La movilización social es una obligación de la que responderemos ante nuestra conciencia. La Libertad y sus obligaciones son nuestra naturaleza.

¿Cómo es posible, pues, que vivamos sometidos a leyes tan injustas como la Ley Hipotecaria, responsable de cientos de miles de desahucios y no pocos suicidios? ¿Cómo hemos podido someternos a una Constitución que proclama un estado tan desigual como el que se deriva del Art. 56 apartado 3. ya citado?
¿Cómo es posible que cada Viernes el Consejo de Ministros apruebe Decretos, órdenes, reglamentos, en un número inmenso, incomprensible y esclavizante para el ciudadano, sin más debate que su voluntad?

La respuesta es fácil. Alguien nos está engañando. Alguien nos está mintiendo. Alguien nos está robando nuestra voluntad. Este sistema “constitucional” de sociedad en la que vivimos NO es el resultado de nuestra voluntad colectiva. Nos han robado nuestro libre albedrío.

Los ciudadanos de la España de 1976, y sobre todo los ciudadanos de la España de 2013, no nos merecemos estar sometidos a estas Leyes, a esta Constitución que consagra la desigualdad y la supremacía de la clase política y financiera.

Nosotros no hemos caído de rodillas ni hemos renunciado a nuestra Libertad. Nosotros ya estábamos hartos de la dictadura en 1976 y habíamos decidido conquistar la independencia política a cualquier coste. Responsablemente, decidimos alcanzarla en una Transición Política tranquila, pero a la vista de unos resultados tan decepcionantes debemos preguntarnos; ¿es posible un país libre con un Rey inviolable? ¿es posible Libertad sin Revolución?.

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