viernes, 2 de noviembre de 2012

YO ME ACUSO

Hace ciento catorce años un periodista publicó una carta dirigida al Presidente de la República. Conmovido por la noticia de una injusticia cometida por razones de estado contra un ciudadano inocente, decidió contar en un periódico toda la verdad: un alto tribunal, en defensa de lo que creía razón de Estado, condenó al Capitán Dreyfus en contra de la Ley, reduciéndole a la indefensión con un opresor abuso de poder. La carta era extensa, detallada, irrebatible en sus argumentos y no se dejaba nada en el tintero, contraviniendo las normas de austeridad y brevedad periodística. En sus últimas palabras la carta incluía nueve frases que encabezaba con:

J'accuse…


La republica era la III República Francesa. El periódico L’Aurore.
La fecha 13 de Enero de 1898.
El periodista Émil Zola.



Después de las palabras J'accuse (Yo acuso) el periodista incluía con nombre y cargo a los responsables del atropello. Todos ellos militares de alta graduación, políticos, jueces,…Como consecuencia de este sencillo artículo en Francia se produjo una conmoción social que duró más de quince años. Todos los “acusados” tuvieron que dejar sus cargos y dedicar el resto de su vida a defenderse ante los tribunales, ante la Sociedad y ante la Historia.

Este episodio de la historia del periodismo es una lección que parecen haber olvidado las insignes “vacas sagradas” que ocupan las páginas más nobles de nuestros periódicos y otros medios de comunicación. Haber olvidado… o, tal vez, no. Porque Émil Zola fue, a su vez, acusado por la casta dominante, tuvo que vivir exiliado algún tiempo y su vida ya nunca se apartaría de las secuelas de ese artículo.

 
Hoy, en España, tenemos algo parecido a lo que era aquella República Francesa.

Tenemos, desgraciadamente, tribunales de la calaña de aquellos.

Tenemos noticias de injusticias sociales y jurídicas del mismo calado.

Tenemos periódicos mucho más poderosos que aquel L’Aurore que costaba cinco céntimos.

Y tenemos, por fin, muchos periodistas mejor pagados y más famosos que aquel Émil Zola.


Lo que no tenemos es una prensa con la credibilidad de aquella, libre, en vez de apesebrada como aquí.

No tenemos el valor para, después de describir la iniquidad firmar, una acusación rotunda y directa. Aquí andamos cubriéndonos el culo con lo de presunto, presuntamente, y por si acaso otra vez presunto.

No tenemos el valor de afrontar las consecuencias de decir la Verdad en defensa de la Dignidad y la Justicia para otros.

No tenemos un Presidente de la Republica a quien dirigir la acusación.

No tenemos una población capaz de alzarse en defensa de la Justicia.

No tenemos, por último, la vergüenza necesaria para sentir las consecuencias de nuestra cobardía que hacen posible la insolidaridad, la injusticia, el desamparo, el hambre y la muerte en plena calle de nuestros conciudadanos, de sus familias y de sus hijos.

Yo también me acuso de todo esto.

¡Quién fuera francés! ¡Quién tuviera el valor de vivir la indignación y la Revolución que trajeron la Libertad al Mundo!


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