Ayer, el ayer de cualquier día, escuché las palabras del profesor Jorge Riechmann. Invito a quien lea esto a que, si no lo conoce ya, busque sus referencias. Con sus palabras pausadas, exentas de cualquier algarabía y, sobre todo sabias, iba descorriendo la cortina del engaño, de la ilusoria tierra prometida, de la falsaria esperanza de un mundo mejor que nos venden cada día los voceros de la biotecnología. La creciente oferta de comodidades y productos que es el instrumento con el que el Capitalismo está acabando con el Mundo.
Citó las palabras de Manuel Sacristán cuando trataba de encontrar un nuevo compromiso entre la sociedad humana y la ciencia y la tecnología:”… la ética es para la ciencia y la tecnología lo que sería poner frenos de bicicleta a un reactor intercontinental…” Ante tan desanlentadora afirmación, reflexionaba Riechmann que deberíamos, en el hipotético caso de que el uso del tal reactor intercontinental fuera indispensable, incrementar la potencia de los exiguos frenos de bicicleta de Sacristán. Es decir, la ética debería ser capaz de frenar efectivamente el poder de la ciencia y la tecnología.